viernes, 5 de agosto de 2016

009 - LOS SARANAHUAS

A principios de los noventa aparecieron por Sepahua dos canoas con nueve o diez (escribo de memoria) nativos calatos en estado lamentable. Era lo que quedaba de un grupo en aislamiento voluntario después de una epidemia, probablemente de gripe. Sabiendo de la existencia de la misión, bajaron en busca de ayuda. Los padres dominicos se hicieron cargo del grupo, los trataron, los nutrieron y cuando estuvieron en condiciones les buscaron un asentamiento definitivo en el Alto Mishaua en la confluencia con el Serjali.
En el 94 hice una visita a esta comunidad. Los jóvenes habían recobrado sus costumbres y seguían saliendo a sus batidas de caza. Volvían cuando tenían provisiones suficientes. Yo cometí el error de llevar sólo arroz, yuca y unas pocas latas de sardinas… por si acaso, confiando en que la abundante pesca complementaría la dieta. Así fue durante la surcada, aunque según ascendíamos por el río cada día pescábamos menos y una vez en Serjali la pesca no existía. Los machiguengas, molestos con los nahuas, envenenaban las aguas de las quebradas.

Santa Rosa de Serjali en la actualidad


Las sardinas del “por si acaso” se acabaron al tercer día y después de una semana más de arroz con yuca y yuca con arroz abandonamos el poblado. Los nativos te cambian por chucherías (machetes, anzuelos, sedal, etc) cualquier cosa  pero no las proteínas.
El padre Ignacio me dió dos sacos de 25 kilos de sal para que saláramos el exceso de pescado y así tener en la misión durante la época de lluvias. No lleguamos a abrirlos.

Toda esta historia viene a colación del herido de la expedición de los hermanos Georgescu. Durante nuestra estancia en Serjali, un saranahua que vivía próximo a nuestro tambo, se reía con mucha frecuencia cuando me veía. Le dije a nuestro guía que le preguntara el porqué de tanta risa y comentó que le recordaba los tiempos en que atacaban a los blancos y lo que le causaba mayor hilaridad era sorprenderlos cuando después de haber huido y creerse a salvo por la distancia navegada, ellos cruzaban el meandro por el itsmo y volvían a sorprender a las víctimas. Esta maniobra era como un juego para ellos y les divertía mucho.


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