viernes, 5 de agosto de 2016

010 - EL SEPA

El Sepa es un afluente menor del río Urubamba por la izquierda. En esta confluencia hubo una colonia penal, con una larga historia que no voy a contar aquí. Hubo un tiempo en que se recluía allí a los disidentes políticos pero cuando yo lo conocí sólo había “angelitos” con al menos un asesinato en su haber. Había dos grupos de reclusos: unos en régimen abierto que podían moverse libremente por las instalaciones e incluso a algunos se les permitía salir en barca a pescar y otros recluidos a cal y canto y que debían ser más dañinos que un trago de salfumán. También había en una de las zonas más apartadas de las instalaciones, unos pocos exreclusos que tras cumplir condena se habían quedado allí con sus familias.
La custodia estaba a cargo de la entonces Guardia Republicana del Perú. Además de los puestos de centinela del penal, unos cinco kilómetros río arriba y otros tantos abajo, había unos puestos de control. Si se te ocurría pasar “sin fichar”, el primer aviso era un toque de silbato y si la respuesta no era inmediata, se iniciaba un tiroteo en ráfaga temido en toda la región.
A la sazón comandaba la guarnición el Capitán Altamirano. Hombre afable pero expeditivo en el cumplimiento de su deber. Ya se jubiló con el grado de Coronel.
Altamirano nos hizo sus huéspedes y si por él hubiera sido aún seguiríamos allí. Nos alojamos en la Residencia de Oficiales, dónde sólo había un subteniente joven (en Perú el empleo de Subteniente es el primer grado de oficial. En España no). Jugábamos al fútbol con los penados, pescábamos, cazábamos y tomábamos trago en largas veladas.



Al atardecer Altamirano y yo cruzábamos al lado opuesto del río a poner el trasmayo. Le entusiasmaba nuestra pequeña zodiac y la "red trampera" que desconocía y que tan buenas capturas nos daba. En la playa siempre había varias decenas de caimanes, la mitad de los cuales ni se movían cuando llegábamos. El trasmayo había que colocarlo bien o no servía de nada pues la corriente del río lo enrollaba y esta faena se hacía a nado y siempre me tocaba a mí con la excusa de que él no podía mojarse el uniforme.
Una tarde faltó un recluso al recuento y saltaron todas las alarmas. Altamirano no pareció alterarse porque decía que todos los intentos de fuga  acababan volviendo por la dificultad de la misma pero me hizo acompañarle al embarcadero por si había que recurrir a la zodiac. Allí estábamos expectantes. A las once de la noche se oyeron unas voces de socorro. Era Pancho (apodo real del recluso) pidiendo que lo sacáramos del río porque iba a la deriva con la barquita volcada. Saltamos rápidos a la zodiac. Altamirano manejaba que era lo que le gustaba y yo alumbraba con un faro conectado a una batería de coche: nunca he visto tanto caimán junto. A la luz del faro, el Urubamba parecía una verbena de tantos puntos rojos y entre ellos andaba Pancho subido en la quilla de su piragüita.


Hoy día en el Urubamba no se encuentra un caimán ni disecado.

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