El viaje desde Assis Brasil hasta Rio Branco lo hice en dos
tramos. El primero hasta Brasileia, en taxi, como comenté. A unos cuarenta
kilómetros de marcha el conductor para rápida y repentinamente. El motor estaba
que ardía. Se había roto un trozo de la tapa del radiador.
Hacía un sol de justicia y tuvimos que esperar casi una hora
a que llegara otro taxi al que se le mandó recado con otro conductor. No es una
carretera muy transitada.
¿Pero no estás en la Amazonía? ¿No había sombras? Ni media. En
Acre la única selva que queda son las reservas indígenas. El resto del
territorio está desforestado, convertido en praderas para la cría de ganado bovino.
La madera ya se extrajo y lo que queda de bosque está en
proceso permanente de quema. Todo el estado huele a chamusquina.
Urubús comiéndose una ternera muerta
En Brasileia, el taxi nos dejó en el lugar en que suelen
concentrarse. Justamente había uno que salía para Rio Branco y con nosotros
completaba el pasaje. Mientras cargábamos el equipaje salen dos tipos pegando
tiros del supermercado de enfrente que lo acababan de atracar. No resultó muy
alentador.
Continuamos y cuando llevábamos una media hora de viaje, el
taxista se sale de inmediato a la cuneta. El motor estaba que echaba fuego. Le
revisó el agua al radiador y no le puso el tapón al depósito. Nueva espera de
hora y media.
A la altura del desvío a Xápuri hay un control fijo de la Policía
Federal. Nos paran, me hacen bajar y me registran todo el equipaje meticulosamente,
sólo les faltó cachearme. Mi identidad no les importó.
El resto del viaje transcurrió de noche. Esto permitió ver la
gran cantidad de fuegos existentes que son los que dejan el permanente olor a
calcinado.
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